Hace ya casi un mes y medio me encontré al Huracán María en el pasillo de los panes del supermercado.  Sí.  Era la semana antes del día de acción de gracias.  Y yo, precisamente, estaba por primera vez en ese supermercado de la Broadway Street de Brooklyn, cerca de Williamsburg.  Mientras hacía la comprita escuché a un señor haciendo una pregunta.  Estimo yo que tendría unos 70-75 años de edad.  Sin miedo, sin reparos, preguntó muy en alto y en un español bien boricua: "¿Dónde consigo el pan puertorriqueño?".  El trabajador que andaba acomodando panes en el anaquel le miró con silencio y le señaló a la izquierda.  Y yo no hice mucho tampoco.  Me quedé paralizada.  En un cerrar y abrir de ojos decidí respetar de forma casi ceremonial ese acto urgente, desesperado.  Contrario a siempre, no me ofrecí a ayudarle al señor y tampoco me hice preguntas a mí misma.  Sólo observé. 

La verdad es que hacía unos pocos minutos yo había pasado por el anaquel que él buscaba y tuve un momento sublime al ver los panes estratégicamente empacados en una bolsa de papel blanca y con una estampa puertorriqueña del Viejo San Juan arropada con una bandera de Puerto Rico también: PAN SOBAO DE PUERTO RICO. 

Y yo sabía que no era verdad.  No era pan sobao de Puerto Rico ná.

Contrario a siempre también, decidí continuar mi tarea.  Elegí otros ingredientes que me faltaban para la cena de acción de gracias y terminé mi compra.  Coloqué las bolsas en el carrito.  Las llevé a mi guagua.  Y así acabó la experiencia.

No es hasta hoy, un mes y medio después que me atrevo a abrir la memoria.

Yo creo que ese señor no andaba buscando sólo al pan puertorriqueño.  Yo creo que ese señor buscaba sentirse más cerca de su Patria.  Sentir esa sensación de caminar a la panadería de la esquina del barrio y saludar al cajero y encontrarse con algún amigo o vecino y apreciar el aroma caliente del pan recién horneado.  Yo creo que ese señor, sabrá Dios si por causa de María o no, se encontraba en esa calle atestada de gente de Brooklyn y entró a ese supermercado con la ilusión de saborear a su Patria en medio de tanto frío.  

Reconocer todo esto me hace estar más segura de lo que diré a continuación:

Yo no quiero ser ese señor.  Yo no quiero seguir buscando a mi Patria en las esquinas de Nueva York. 

Yo quiero el calor de mi patria

Yo quiero el amor de mi gente

...

Y así, con esta verdad, vuelvo a la resignación de entender que aún me queda tiempo para ser puertorriqueña desde estas coordenadas y desde esta esperanza viva de volver.

¿No crees?

No te rindas.

Yésica Isabel Nieves © 7 de enero de 2018

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