Ya van 10 días desde que pasó el huracán María. Llevo ese mismo tiempo viviendo día a día en un Puerto Rico diferente en muchos aspectos, pero bien boricua en su esencia. Tan boricua como las historias que escuchaba de mis abuelos. Recuperamos el sentido de comunidad. Nos preocupa de nuevo si le hace falta algo al vecino y nos acordamos de ellos al cocinar en nuestras estufas de gas. Dejamos la puerta abierta para que entre la brisa en lo que llega la visita. El teléfono ya no es fiable, así que visitamos a los familiares y amigos sin aviso previo. Brillamos de alegría al vernos vivos y saludables cada día. Hacemos amigos en las largas filas del garaje y nos enteramos de boca en boca sobre la disponibilidad de los productos que nos hacen falta. Tomar agua a temperatura ambiente es una bendición y si tienes la dicha de conseguir un refresquito frío estás en el cielo.
En la oscuridad de la noche, el mismo viento que desgarró mi alma al destruir lo que conocía como mi isla, me acaricia con delicadeza hasta dejarme dormido. Y si no lo siento rozar mi cara, le pido que por favor sople un poco más fuerte para poder dormir. Escucho los coquís que cantan con la misma devoción que siempre lo han hecho, pero sé que hoy tienen un público de millares de escuchas que los habían olvidado. En la noche oscura se esparce el murmullo de mañana y de todos los retos que nos esperan. Y cierro los ojos agradecido por un día de abundancia en medio de la escasez.
Arturo Quiles
30 de septiembre de 2017
Fuente: https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10159469574360385&id=667955384&comment_id=10159470379140385¬if_t=like¬if_id=1506860531911577&ref=m_notif
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Gracias por el amor que sientes por Puerto Rico.