En ocasiones, cuando no hay nadie, observo a la ciudad.  El juego de sombras y luces en medio de las avenidas.  Cómo el café parece brillar y vestir al aire con su aroma.  Cómo los signos de neón brillan hasta a las diez de la mañana y hasta a las doce del medio día y hasta siempre.  Cómo suena un bolero de Luis Miguel en pleno Bajo Manhattan.  Cómo me detengo a escribir sobre una servilleta como si estuviera bajo el manto de San Juan.  Y todo ello, todas estas imágenes y sensaciones, sin saber muy bien el por qué, me hacen pensar en las primeras palabras de un libro.

Y es que siempre escuché decir que las primeras palabras de un libro te marcan o no. Como si toda la intención tuviera que estar dirigida en ese primer cúmulo de ideas, en ese primer crimen.  Sí, crimen.  Al fin y al cabo, marcar a alguien o no con palabras supone una intención.  Así, por ejemplo, las canciones se convierten en medios de transporte y los libros, entonces, en avenidas.  Se convierten, sin exagerar, en parte de nuestra psiquis, de nuestros filtros mentales, crímenes perfectos que no hacen más que hacernos cambiar de ruta.  Y pienso, pienso en todo ello mientras me detengo a saborear las imágenes de estos dos mundos en los que transito: imágenes de este exilio e imágenes de esta nación interna y siempre creciente que es esta isla, esta isla mía, dentro de mí.

Nueva York, Puerto Rico.

Puerto Rico, Nueva York.

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Y entonces pasa que lo entiendo.  Entiendo el por qué imágenes tan cotidianas como el café y la luz de neón de este café dominicano ubicado en el Bajo Manhattan me hacen pensar en las primeras palabras de un libro; entiendo así el por qué me fijo en ese mito de que las primeras ideas tienen o no el potencial de marcarte y, por ende cambiarte.

No es cierto.  No siempre las primeras impresiones son las que cuentan.  Hay veces en que ni recordarás las primeras impresiones que un evento o una persona o un libro te causó.  Yo no recuerdo cuando fue que entré a este café por primera vez o desde cuando me di cuenta de las luces de neón o desde cuando fue que realmente comencé a fijarme con mayor atención y retención en este quehacer de vivir en dos lugares a la vez.  No lo recuerdo así como no recuerdo las primeras palabras de mi libro favorito de Mario Vargas Llosa o la primera vez que amé a San Juan.  Así que no.  No siempre las primeras impresiones son las que cuentan. 

Y así es cómo llego hasta aquí, a este primero de enero, a este hilo de ideas para explicar que como puertorriqueña reconozco que aún cuando esta ciudad de Nueva York se presentó hace ya tres años ante mis ingenuos ojos, no es hasta ahora que me marca, no es hasta ahora que me obliga a crecer, no es hasta ahora que me confronta con la verdadera pregunta que no se atrevió a hacerme cuando llegué con dos maletas en aquel noviembre:  ¿Quién eres? y ¿Dónde están tus raíces?



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Mientras rebuscas en tu interior quiero compartir algunas palabras que escribí ayer:

habítate, cariño
presta atención no sólo a las estrellas
regala tiempo a tus preguntas más secretas
ámate con tus urgencias, destellos y aguaceros

escríbete, siempre desde el poder
desde la seguridad
que no hay nada más bello que inventarte la verdad

juega a vivir
y pierde...
pierde tus acuerdos
pierde tus patronales problemas
decide qué es mejor
decide qué es peor

llénate de luz
que ya el barroco acabó
y junto a él se fugaron las dudas

ámate, cariño
que si no lo haces
que si no te amas
la vida siempre será tu espejo
donde quiera que vayas

con amor,
Yésica Isabel Nieves-Quiñones
Texto y Fotografías
1ero de enero de 2019