por Sheila Marie Torres Negrón
2 de octubre de 2017

Viajamos a Puerto Rico para celebrar la boda de mi hermano y recargar las energías como solo podemos hacerlo con el sol y el suelo Boricua.  Hicimos una lista de lo imprescindible: ir a la playa, a nuestros lugares favoritos de comida criolla, a los mantecados “chinos”, visitar a nuestros amigos, y un largo etcétera.

Ese domingo que pisamos nuestra islita, y parte del lunes, fueron nuestras únicas horas de vacaciones. Tuvimos un almuerzo familiar, nos dimos unos mojitos, jugué billar por vez primera (e hice un sinnúmero de papelones en el intento), escogí el lazo que usaría mi hermano en su boda, que nunca pudo celebrarse (aunque sí efectuarse). Luego de ese escape, todo giró en torno a María.  En lugar de ir a la playa, visitamos tiendas y supermercados en un intento estéril de conseguir agua; la comida de nuestras casas pasó a ser la prioridad, y mucha tuvo que botarse por la falta de energía eléctrica y hielo; la escasez de gasolina impidió las anheladas visitas...

María destruyó hogares de gente que amo, nos dejó sin agua, sin luz, sin internet, sin árboles, sin gasolina, sin dinero en efectivo, sin vuelos de regreso y, peor aún, sin la posibilidad de comunicarnos con nuestros familiares en la diáspora y en la misma isla.

En cuanto a la boda... ¡río y lloro al mismo tiempo!

Terminó siendo en la casa de un pastor, con cuatro invitados: los padrinos, una pastora y Kamila Isabel. Yo, como madrina, vestí unas “hermosas” chanclas de playa, un mahón y una trenza. El padrino no pudo ser Eduardo, porque no había manera de buscarlo a Mayagüez. El padrino fue mi primo, Alexis, quien vistió unos pantalones cortos. La novia se maquilló en el carro y el lazo del novio ya no combinaba con su polo. ¡Pero se casaron! Y, SIN DUDA, fue una boda inolvidable.

Agradezco a la vida MIL Y UNA VEZ por esa boda, porque si no hubiese sido por ella, hubiese vivido la angustia desde lejos, imaginando el sufrimiento de ustedes, mi familia, sin siquiera poder escucharlos.

Pero, a pesar de todo, María me dio mucho.

Las “vacaciones” fueron de dos semanas y en ellas pude compartir con mi familia y ayudarles en lo que pude. Jugué cuanto juego existe de barajas con ellos y, mientras tanto, aprendí, reí y disfruté cuando perdían jajajajaja. Corrí cada vez que empezaba un aguacero para poder recoger el agua que se utilizaría para bajar los baños. Mientras lo hacía, imaginaba a mi padre haciendo lo parecido cada día de su niñez.

Me bañé con el agua de lluvia y agradecí cada lujo que damos por sentado. Jugué, canté, corrí, dormí, comí e hice todo lo que pude con mi Kuki, quién fue y será ese ser que nos hace olvidar todas las necesidades. Reforcé el orgullo por mi familia, al ver cómo lo de uno pasaba a ser de todos. ¡Qué seres tan espectaculares! Me enorgullecí de mi comunidad al ver cómo, sin esperar por nadie, se levantaron para limpiar las carreteras y hacer posible el tráfico vehicular.

Ahora que regresé a Virginia, pienso cada segundo en Puerto Rico y mi familia. Siento incluso culpa por poder bañarme cómodamente, echarle hielo a mis bebidas y tener una nevera llena de comida. María me cambió la vida. Hoy, sin duda, soy más agradecida.

Sé que tomará un buen tiempo el poder volver a “la normalidad”, pero me queda la tranquilidad de que pude vivir esta experiencia con ellos y que me consta cómo se ayudan unos a los otros.

Esto es una oportunidad para crecer. Sin duda, ¡Puerto Rico se levanta!